El Alto Magdalena. Por: Francisco José de Caldas

El Magdalena es el río más ventajosamente situado en toda la extensión del Virreinato.
Nace de un pequeño lago llamado del Buey, al norte del Páramo de las Papas 1°58’ de latitud boreal, corre por los desiertos de Laboyos, riega el Timaná, atraviesa las espaciosas llanuras de Neiva, las selvas de Nare, Opón, y reunido con el Cauca entra en el Atlántico a doscientas leguas de su origen.
En toda la extensión de su curso jamás baja la dirección del meridiano. Cuando el Cauca nace sobre los niveles del Coconuco a dos mil trescientas toesas sobre el Océano, éste tiene su cuna a novecientas toesas solamente, bajo un clima dulce y moderado; aquél se precipita en de la cima de los Andes, y éste corre con tranquilidad: el primero sobre planos caprichosamente inclinados, unas veces se acelera y otras se arrastra con lentitud, y en el segundo, más uniforme en su curso, se presta con facilidad a todas nuestras necesidades mercantiles.
El Magdalena es navegable desde la Honda en la jurisdicción del Timaná, por 2°24’ de latitud en pequeñas balsas y con algún trabajo. Desde Neiva lo es sin interrupción en buques mayores hasta Honda en donde tiene un pequeño chorro que llaman Salto. Recibe por ambos lados un número prodigioso de ríos caudalosos, navegables muchas leguas sobre su embocadura, y que facilitará la comunicación y el comercio con los países interiores.
San Agustín, el primer pueblo que baña, está habitado de pocas familias de indios, y en sus cercanías se hallan vestigios de una nación artista y laboriosa que ya no existe. Estatuas, columnas, adoratorios, mesas, animales, y una imagen del sol desmesurada, todo de piedra, en número prodigioso, nos indican el carácter y las fuerzas del gran pueblo que habitó las cabeceras del Magdalena.
En 1797 visité estos lugares y vi con admiración los productos de las artes de esta nación sedentaria, de que nuestros historiadores no nos han transmitido la menor noticia. Sería bien interesante recoger y diseñar todas las piezas que se hallan esparcidas en los alrededores de San Agustín. Ellas nos harían conocer el punto al que llevaron la escultura los habitantes de estas regiones, y nos manifestaran algunos rasgos de su culto y de su policía.
En los bosques de Laboyos y de Timaná no se puede dar paso sin hallar reliquias de otra inmensa población que ha desaparecido. Todavía se ven las acequias y socavones de las minas de Plata que trabajaron sus moradores.
Hasta los 2°30’ de latitud todas las vegas del Magdalena están llenas de plantaciones de cacao, de coca, y de algunos ganados. La cría es fuerte desde los 2°30’ hasta los 5° de latitud, y parece que aquí el hombre cede el lugar a las vacadas. A esta elevación se extrae de las orillas del Magdalena alguna cantidad de oro que es de la mejor calidad (de 23 y medio quilates poco más o menos).
Desde Honda el Magdalena no riega sino bosques. Algunas poblaciones cortas hay en sus orillas y sus moradores son más viciosos que los de la parte media. Parece que la inmoralidad y la desidia se aumentan con las aguas del Magdalena.
De todos los ríos de esta colonia éste es el más conocido y merecía serlo. Los trabajos de Bouger, que lo bajó en 1742, los de Humboldt que lo subió en 1801, los de nuestros españoles Talledo y Alvárez, y los de la expedición de costas del norte, han dado mucha luz sobre la parte baja del Magdalena. En 1797 levanté la carta desde su origen hasta Neiva, y en 1805 desde Neiva hasta la embocadura del Bogotá.
Las cartas que se han formado sobre estas observaciones no llenan todavía nuestros deseos: necesitamos de mayores detalles sobre la velocidad, crecientes, bajas, estrechos, chorros, vueltas, etc., de este canal interesante. Apenas conocemos los ríos que descargan en él, y no tenemos idea de su curso, dificultades, y punto hasta donde son navegables. Una carta juiciosa que entrase en todos los pormenores que hemos indicado, una topografía de los pasos difíciles sería un servicio señalado y un tesoro inestimable para la Nueva Granada.
La comunicación y comercio de los pueblos que baña el Magdalena con los que habitan las orillas del Cauca se hace por algunos senderos que cortan el ramo medio de los Andes. De los ardores de Neiva y de Tocaima es preciso subir a los ríos rigurosos de Guanacas y de Quindío para volver a descender a Cartago y a Popayán. Este ramo prodigiosamente elevado separa las provincias de Neiva, Santa Fe, Mariquita, Socorro, etc., de las de Popayán, Quito, Antioquia: en una palabra, todo el comercio de la parte septentrional del Virreinato con la del Sur se hace montando esta cadena erizada y formidable. Merece, pues, toda nuestra atención del 1° de latitud boreal hasta los 9°. Registrémosla rápidamente.
Es tradición constante, y aún nos quedan vestigios que existió un camino en las cabeceras del Magdalena, que comunicaba directamente a Timaná con Almaguer, Pasto y provincia de Quito, sin tocar con Popayán. La brevedad y existencia de este camino que se llama de las Papas, por tener que montar el páramo de este nombre, se demostró en 1775. En esta época visitaba la jurisdicción de Timaná el ilustrísimo señor don Angel Velarde y Bustamante, digno prelado de Popayán, y necesitando pasar a la de Almaguer con el mismo objeto, no quiso volver a su capital y se abrió un paso acelerado por las Papas venciendo todos los obstáculos y todas las contradicciones.
Por 2° de latitud boreal existe otro sendero que se llama de los Laboyos: se comienza en Timaná y termina en Popayán. Es admirable la brevedad de este camino (tres días). Un vecino generoso y de las primeras familias de aquella ciudad (Don Jerónimo de Torres) gastó sumas considerables en años pasados para ponerlo corriente; pero los fangos dilatados de las faldas orientales del Coconuco hicieron encallar el proyecto.
Por los 2°30’ de latitud boreal está el de Guanacas, el único que permite caballería en todas las estaciones del año: comienza en la ciudad de la Plata; su dirección es al Oeste; tiene solamente dieciocho leguas y se gastan siete días en atravesarlas; hay que pasar ríos caudalosos y rápidos (la Plata, Ríonegro y Ullúcos); se suben y bajan montañas escarpadas, y se toca casi con el término de la vegetación hacia el medio. En 1805, acababa de salir de los desiertos en esta cordillera un vecino de la Plata (don N. Triana) que se había internado en solicitud de un camino más cómodo que el que acabamos de describir.
Las noticias que me dio combinadas con las nociones que me han proporcionado las siete veces que he atravesado el Guanacas, y más largas las residencias en Timaná, Neiva, y la Plata, me hacen creer la posibilidad de un tránsito más breve y más cómodo que el erizado en Guanacas. Éste sería lugar propio para indicar las razones sobre que fundo mis conjeturas; pero esto me arrastraría a pormenores dilatados que no permite la brevedad de este papel. Al norte del de Guanacas hay otro por la provincia de los Paezes y páramo del Huila que va a salir a Guambía o a Caloto; pero lleno de peligros y poco frecuentado.
Por los 4° de latitud se halla otro sendero que comienza en el Chaparral y termina en Tuluá, conocido con el nombre de Barragán. A los 4°30’ está el de Quindío: es malo y el hombre tiene que hacer el oficio de las bestias: tiene veinte leguas desde Ibagué hasta Cartago: su composición se ha acolorado en diferentes épocas y ahora trabaja en su mejoramiento el doctor Ignacio Durán. ¡Ojalá que los amigos de la felicidad pública siguiesen este bello ejemplo o contribuyesen a sostener las miras patrióticas de este hombre benéfico!
La cordillera pierde rápidamente su elevación desde los 5°30’ de latitud boreal, y solo hay en este espacio dilatado el camino de Nare que comunica con la provincia de Antioquia. Es de desear que se reconozca este ramo de los Andes desde 1° hasta 8° de latitud, y no dudo que se hallarían muchos caminos más cómodos que en los que hoy transitamos. Como los valles de Cali y Neiva sólo se hallan separados por la cordillera; como ésta corre de norte a sur con la más grande exactitud, basta determinar astronómicamente las latitudes de todos los puntos principales de ambos valles para poder compararlos entre sí, y dirigir rutas seguras y breves de comunicación.
En 1805 por ejemplo, determiné a Neiva y Quilichao, y hallé que estos dos lugares tenían la misma latitud. Si se internase desde aquella, con dirección del Oeste; si se conservase en lo posible la misma latitud; si en los desvíos inevitables se cuidase de llevar mucha cuenta con el rumbo para reponer la altura de polo siempre que se presente ocasión oportuna, en pocos días se tocaría infaliblemente con Quilechao. La dirección de los tres ramos principales de los Andes es, como hemos visto, de norte a sur: su grueso no es ni menos de 18, ni más de 20 leguas; ellos separan las llanuras del Orinoco y Caquetá, las del Magdalena, las del Cauca y las del Chocó. Todos nuestros caminos de comunicación interna cortan perpendicularmente estas grandes cadenas de montañas, y su dirección jamás se separa considerablemente de su paralelo. Yo probaría esta observación general numerando todos los caminos que tenemos dentro del Virreinato, pero basta indicarla para que los que tienen nociones de nuestra geografía sientan esta verdad importante. Podemos sacar grandes ventajas de este principio, que yo llamaría fundamental, en la apertura de los nuevos caminos que atraviesen la cordillera.
Las latitudes de los lugares consideradas bajo este aspecto son unos elementos precisos que debemos recoger con el mayor cuidado; y debemos procurarnos las que nos faltan por todos los modos posibles. Éste género de observaciones es fácil de ejecutar y no necesita instrumentos preciosos ni grandes conocimientos.
Los países situados al norte de la capital (Tunja, Pamplona, Socorro) son feraces, y varios en temperaturas y producciones. La población es numerosa, y su industria, aunque más grosera, puede compararse a la de Quito. Los ríos de Sogamoso, Suárez, Opón, y Carare les facilitan el transporte de sus frutos al río de la Magdalena; y el Meta, Sarare y Apure, les abren las puertas del oriente, y les convidan a llevar sus miras y su comercio al Orinoco, Guayana y Trinidad. En manos de los curiosos se hallan muchas cartas manuscritas de estos países, pero, si exceptuamos las que en 1779 formó don Francisco Javier Caro, y las que acaba de levantar don Vicente Talledo, todas las demás no se han erigido sino según el antojo y el capricho de los ignorantes que se han arrogado el título de geógrafos. Ha muchos que se habla de las navegaciones del Opón, Carare y Sogamoso: en diferentes épocas se ha acalorado este asunto interesante; se han consumido caudales, se han arruinado muchos particulares, y el problema aún no ha tenido solución.
Tomado del libro “Crónica grande del río de la Magdalena”, recopilación, notas y advertencias de Aníbal Noguera Mendoza. Febrero de 1980.